Es la calle de Guerrero.

Es la calle de Guerrero.

POR …..    Francisco Acosta V. 

La Luz Roja me detiene frente a la Flor de Pachuca, estoy en la bocacalle de Guerrero, donde empieza o donde termina esta arteria, según Usted lo mire, aunque la orientación natural es de norte a sur, de allá de los rumbos de Loreto a la Plaza Juárez. Recién descendí del camión, el Pájaro Azul, que cubre la ruta del poniente de la ciudad desde el Panteón Municipal al Centro- Loreto y viceversa. 

El tráfico, escaso aún en esta calle que parte en dos la ciudad, sí, desde donde toma nombre, en sus primeras cuadras como Julián Carrillo, se asemeja al que se da en las aceras, pocos transeúntes a pesar que ya son las diez de la mañana. Voy de la mano de mamá que presurosa anda; atravesamos frente al portón de la secretaría de Agricultura y Recursos Hidráulicos, y pronto alcanzamos los escaparates de Almacenes Martín. 

Sin oportunidad de detenerme, sólo alcancé a darle un vistazo a las botas amarillas, de esas de cuero y suela de goma que aguantaban las cascaritas callejeras y algo más; en un suspiro llegamos a la alcoholera de Pachuca pasando raudos por La Montañesa. Antes de entrar, buscaba yo frente de mí, Regalos Rocío. Vaya cuenta doy, que no soy el chamaco de 10 años que venía caminando. 

Ahora tengo 18 y me regreso a la tienda de levis, WellS Fargo,  a comprarme un chaleco de pana estampada, en mini cuadritos, y después, cruzo la calle para pasar frente a la plaza El Dorado, donde se mira unos de los establecimientos pioneros en el campo de la hotelería; sí, tan sólo de paso, porque voy a comprarme un helado en la Fuente. 

Salimos de la alcoholera y caminamos hacia el norte, vamos volando al mercado Barreteros; ya en la esquina de Guzmán Mayer los puestos de “La Barata”, el gran tianguis de ropa, vestidos, pantalones, medias y un poquito más, concentran un buen número de parroquianos; otros caminan sobre la cera contraria, de Salazar a Comonfort, tal vez buscando calzado en la zapatería Meneses o unas zapatillas de tacón en la Mayerling. Nosotros llevamos la aguja del tocadiscos ahí en Casa Baltierra. 

En otro salto de época, o reconstrucción inexacta, en el tiempo, ya nos regresamos a la acera poniente a comernos unos tacos de carnitas, claro ahí en La Titania. Y volvemos a brincar de hacer para ir a ver una estufa de 4 quemadores y comal en la mueblería América. 

Qué bueno que esta vez mamá no vino a comprar bieses, botones, hebillas, así que solo fue un fugaz pensamiento el “Círculo Cuadrado”; y un respiro también sólo andar cerca de “El Cisne”; como fugaz el aroma que vine de perfumería Seyer; o acaso huele a pan de La Preferida; allá adelante, en Discoteca Alejandro, acaso, se escucha una rolita que todavía gusta mucho, Flores en tu pelo. 

El viento sopla, aunque ya no tanto como ayer, vaya, hasta el aire se siente más cálido para ser otoño, no hay neblina, no hay lluvia, ya tampoco está aquella maquinita, ni la Cronofoto, en la que por una moneda, ¿de veinte centavos, de un peso, de cincuenta?, veías unos mineros en miniatura “chambear al interior del socavón, todos en movimiento; la calle de Guerrero se hace extraña aunque siga siendo la misma en su ruta. Sí, ahí sigue Casa Tellería aunque ya no recuerdo haber visto “El Lazo Mercantil” y creo que no hay más Puerto de Manzanillo. 

Quiero recordar cómo se llamaba el expendio de huevo, pollos, alimentos para animales de corral, ¿La Granja?, y la talabartería, ¿Romero?, donde solíamos admirar las monturas, los fuertes, los cinchos. De tanto calor que hace casi se me olvida Casa Muñoz, Deportes Pachuca; no encuentro dónde estacionar mis recuerdos como no atino donde dejar el auto; los espacios de ayer como muchos de los comercios que le dieron vida económica a la ciudad, se esfumaron ante la inmensa cantidad de automotores que hoy circulan por Guerrero.

Ando esta calle como lo hice hace tantos años, más veces allá por los 80, época en la que la llegada del primer centro comercial estaría marcando una nueva era en la bella airosa, pues poco a poco, al andar de los años, nos alejaría a la par de los paseos dominicales, de las andanzas juveniles, de la compra cotidiana, de calles, como la de Guerrero, que fueron cambiando no sólo de piel, sino de giro, escribiendo una nueva historia en el corazón de la ciudad.

Busco la tienda de Abarrotes El Fénix, los baños Guerrero, la papelería El Mayoreo, la tlapalería La Brocha, las tortas de La Puerta del sol, los baños Gutiérrez y los Niágara; los cines de la matiné, El Alameda, El Iracheta. El ruido de la maquinaria de llenado de la línea de producción del refresco “chispa de la vida”, me despierta, o me embruja y me tiene parado frente a sus amplios ventanales viendo como una a una en serie, miles de botellas son llenadas de refresco de cola, como la misma Coca-Cola que me estoy tomando y que compré en el Gato Montés. 

El camión ya viene de regreso, claro está, por la mismísima calle de Guerrero, vaya que las compras estaban bien calculadas con el tiempo del recorrido del Azul, que pasa con gran exactitud, bien medido tiene su trayecto, y ahí en la esquina misma de Guzmán Mayer lo abordamos para regresar en unos 15 minutos al punto de partida, la colonia Flores Magón, casi en la orilla de lo que hoy es la bella airosa Pachuca. 

Ando en los 70 y paso a los 90 y regreso a los 80, voy al año 2002 y llegó al 2023; no hay orden, sólo el natural de la vida, más la crónica es crónica aún en el mismo caos, todo sucedió, estuvo o está ahí.  

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El viento vuela el mechón de pelo que se destaca entre la calvicie de las 6 décadas que llevo encima y por más que hurgo en la memoria sé, siento, aseguro que me faltan muchos otros más lugares que recordar, tiendas y comercios que no sólo representaron en el siglo pasado el corazón comercial de Pachuca, en su calle más emblemática, sin parte de la historia personal de pachuqueñas, pachuqueños, de la historia propia. Es la calle de Guerrero, es historia de Pachuca. 

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