Por: Mauricio Hernández Sarvide
Hay poco que no se haya dicho ya acerca de La La Land (2017). Emma Stone, Ryan Gosling y un brillantísimo Damien Chazelle, junto a todo su equipo, son los pilares de esta historia de amor y terror.
La película está inspirada en musicales franceses y ambientada en Los Ángeles, California. Nos cuenta la historia de Mia y Sebastian: una aspirante a actriz y un pianista que busca montar su propio club de jazz. Con el pasar del tiempo, luego de muchas casualidades y canciones, ambos se conocen, se enamoran y empiezan una relación.
Su vida era feliz, llena de amor, admiración y alegría. Pero, como muchas historias románticas, esa vida fue efímera. Ambos se amaban con locura, pero la vida y sus destinos les tenían guardados caminos separados.

Sebastian logra entrar a una banda experimental y comercial, distinta a lo que en realidad quería para su futuro. Al principio le cuesta aceptar esta nueva faceta, pero reconoce que la necesita para pagar las cuentas y poder estar con Mia. Ella, por su parte, está cansada de castings y audiciones, por lo que decide escribir y protagonizar su propia obra, la cual logra presentar, aunque sin demasiado éxito.
En este punto, el tiempo empieza a jugarles en contra y comparten pocos momentos juntos debido a las giras de Sebastian y su banda, aunado a los ensayos de Mia. El tiempo se los come y gradualmente hace que la relación se vuelva insostenible.
Ya separados, Sebastian recibe una llamada donde una productora busca a Mia para ofrecerle un protagónico en una filmación en París. Él la lleva a la audición, casi obligándola. Aunque nada es seguro, la audición resulta muy buena y les da tiempo de estar un ratito más juntos.
Aun con todo el amor que se tienen, saben que si Mia consigue el papel será muy difícil seguir con lo suyo. Ambos reconocen el valor de la oportunidad, por lo que deciden separarse definitivamente por el bien de sus sueños.
Qué dichosos seríamos todos si la pasión y el amor bastaran para estar junto a nuestra persona favorita todo el tiempo que queramos. Pero la vida es así. El amor es así: en ocasiones doloroso, incomprendido a veces, misterioso en otras y, sobre todo, frágil. Justo por eso se torna tan valioso.
Las relaciones fructíferas, creo yo, se conforman por dos partes. La primera es el amor y la pasión. Sebastian y Mia tenían, sin lugar a dudas, esa primera parte. La segunda es la convergencia de todo lo demás: planes de vida, situación económica, humor, tiempo, disponibilidad emocional, etc. En eso les faltó coincidir.
Honestamente, no sé cuál de las dos partes es más difícil de conseguir. Conectar con alguien y que, además, todo lo externo contribuya para que dos se amen es casi un milagro. Dichosos aquellos que gozan esa sinergia. Sin embargo, en el ejemplo de La La Land hay algo más.
Sí, la relación de Mia y Sebastian no prosperó con los años. No obstante, ellos nos enseñan otro tipo de amor: ese que no se da en la posesión, sino en la libertad. Sebastian amaba tanto a Mia, y Mia amaba tanto a Sebastian, que ninguno podría soportar que el otro se quedara sin cumplir sus sueños por estar juntos.

Ese amor, en mi opinión, es el más puro: saber retirarse a pesar de desear con toda el alma quedarse, por el bien del otro. No sé si haya visto o escuchado algo más acorde a lo que debería significar el amor en general.
A Mia y Sebastian se les atravesó la vida; les faltó una parte (la más mundana, creo yo) para su “felices por siempre”. Y honestamente, no creo que haya algo más aterrador ni más desgarrador que eso: dos que se quieren, pero que no pueden.
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