Por: Mauricio Hernández Sarvide
En un lugar donde el adoctrinamiento es una norma, donde la libertad es limitada y la obligación pesa más que la pasión, comenzaba otro año escolar en la Welton Academy, un internado tan prestigioso como pretencioso.
El nuevo ciclo trajo consigo una sorpresa para todo el instituto, la llegada de un nuevo académico, el Sr. Keating. Un maestro con métodos poco ortodoxos para una escuela de varones regida por la rectitud. Era profesor de inglés, pero su verdadera especialidad y su pasión desde los tiempos en que fue estudiante siempre había sido la poesía y ahora era turno más que de inculcar en sus alumnos la belleza de los versos bien compuestos, de despertar y estimular sus mentes para que quienes crearan fueran ellos.
Sus “disparates”, obligaban a sus pupilos a pensar, a ir más allá de lo escrito, a sentir, a razonar y a cuestionar no solo las obras que leían, sino también la vida misma.
Tanta había sido su pasión por los poemas y la liberación de la mente, que, junto a sus amigos, muchos años antes cuando aún estudiaban en Welton, formaron un club donde se juntaban por las noches en una caverna a leer versos de los más grandes escritores. Un club que retomaron, Neil, Todd, Knox, Meeks, Charlie, Pitts y Cameron y que bautiza a la película: “La sociedad de los poetas muertos (1989)”.
A través de esta nueva sociedad retomada, junto a las enseñanzas de Keating, los siete estudiantes empiezan a conocerse a sí mismos y a cuestionar el sistema impuesto por años en la escuela y en sus casas. Cada uno va encontrando su lugar, haciéndole frente al destino y celebrando no solo el conocimiento adquirido, sino la pasión que ahora recorre sus venas y que nutre todas las nuevas perspectivas adquiridas.

Las clases del nuevo profesor, iban desde ejercicios fuera del aula como caminar con libre albedrío o patear una pelota al recitar un verso con fuerza, hasta subirse en sus pupitres. Todo con la idea de influenciar a los estudiantes a encontrar nuevas perspectivas, a pensar, a ser apasionados, a encontrar su voz y a aprovechar el tiempo (Carpe Diem).
A pesar de las buenas intenciones del Sr. Keating; Nolan, el director de la escuela, empieza a cuestionar sus métodos. Ese es el principio de una serie de acontecimientos trágicos que se desencadenan hacia el final de la cinta. Pero eso no lo voy a contar, les invito mejor a que vean la película y se sorprendan por sí mismos.
Personalmente, este largometraje es una de las razones por las que cada semana, intento plasmar, retratar, redactar, exponer o el verbo que le quieras poner, obras de arte diversas en estas columnas. Es como dicen en la película y citaré textualmente “La poesía, el romanticismo y el amor, son las cosas que nos mantienen vivos”. Lo mejor es que no se encasilla a solo la poesía, ese solo es un medio de muchos para encontrarle valor a la vida.
Escribir, hace que uno se dé cuenta el peso que tienen las palabras e ideas en el mundo y es que actualmente, en una sociedad que se intenta asemejar más al control de Nolan en Welton con sus estudiantes, la mera expresión es un acto revolucionario. No para agradar o simpatizar con otros, sino para liberarse y vivir de acuerdo a lo extraordinario que la vida tiene preparado para cada uno de nosotros.
Creo fielmente que pensar críticamente es necesario en nuestros tiempos, pero más aún es necesario saber sentir, llenarse de algo, desbordarse y derramar los frutos de nutrirse con aquello que llamamos pasión.
Nuestro tiempo aquí es finito y tenemos el deber de usarlo lo mejor que posible. El reloj nos hace valiosos, nuestra efimeridad nos obliga inherentemente a ser mejores, pero por si aún no queda claro aquí te dejo un fragmento de poema para ilustrarlo mejor: Recoge rosas mientras puedas, porque al cabo de unos días, hasta la flor más hermosa está destinada a marchitarse.
