Por: Mauricio Hernández Sarvide
Años 90, Boston, Massachusetts, Estados Unidos. En el sur de la ciudad, aparece Will Hunting aparentemente común, pero con un tesoro escondido, una inteligencia superior. Resuelve ecuaciones imposibles, conoce de historia, ciencia e incluso de arte. Además, devora libros como caramelos y lo hace de manera semiautomática. En cuanto a datos y ciencias aplicables, parece ser que no existe nadie que lo supere. Prácticamente es un genio, pero es un genio dormido, un genio con miedo.
Su pasado es duro, es huérfano, sufrió abuso en su niñez y jamás ha tenido una familia. Todo ello ha dejado cicatrices físicas y afectivas en él. Aunque es inteligente, es agresivo, pedante y a veces hasta presuntuoso. No terminó la escuela y su ocupación es ser conserje, pero no en cualquier lugar, trabaja en el Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT en inglés), una de las más prestigiosas escuelas del mundo.

La cuestión es ¿Por qué? Siendo tan brillante y erudito en tantas materias ¿por qué decide vivir su vida así? Miedo. Esa es la respuesta. Miedo a la grandeza o como dirían en TikTok: Miedo al éxito. Esa es la premisa de la película Mente Indomable (1998).
Clínicamente conocido como Complejo o Síndrome de Jonás según el portal de la clínica Zafra de Salud Mental y haciendo referencia al trabajo del reconocido psicólogo Abraham Maslow, se define como una tendencia casi siempre inconsciente que perpetúa comportamientos que obstaculizan el camino hacia alcanzar metas significativas. En lugar de aprovechar el potencial, se decide no utilizarlo y no atender su llamado a la autorrealización, aún sabiéndose capaz.
Durante la trama, la inteligencia de Will es descubierta por un profesor, luego de encontrarlo resolviendo un teorema casi imposible en el pizarrón del pasillo. Al investigar, el profesor descubre que ha sido encarcelado y lo ayuda a salir a cambio de estudiar junto a él y de acudir a terapia semanalmente. Ahí comienza un viaje de autodescubrimiento, donde el protagonista tendrá que enfrentar sus más profundos traumas hasta perder el miedo y cumplir su propósito.
Seguramente has experimentado una probadita del síndrome, como le pasó a Will ¿Cuántas veces no te han dicho que eres realmente bueno en algo? Al grado de decirte, deberías dedicarte a esto, ¿Cuántas veces te han felicitado por un buen trabajo o simplemente por tu esfuerzo? O sencillamente ¿en cuántas ocasiones te han hecho un cumplido por tu ropa, tu maquillaje, tu apariencia, tu forma de pensar o tu humor y te cuesta trabajo aceptarlo?
Y tú, tratas de justificarlo o peor, de hacerlo menos, como si no fueras digno de ello. En esa ventana que se crea al hacer estas preguntas, se asoma el autosabotaje y su legión de pensamientos intrusivos como “a lo mejor lo dijo por compromiso”, “solo es amable”, “como es mi amigo o familia, lo dice para hacerme sentir bien”, “en realidad no soy tan bueno” y miles más.
Tenerle miedo al éxito es normal. Dudar de ti, no creerte capaz ni merecedor de lo bueno, es normal, pero nadie debería quedarse ahí estancado.
A lo mejor ya vislumbraste toda tu vida, sabes exactamente lo que hay que hacer para conseguirla y tienes una sensación de seguridad, ¿pero es eso lo que realmente quieres? Creo que es nuestra obligación ir por todo y creer que lo podemos todo ¿Qué tal que sí eres bueno? ¿qué tal que sí lo logras? ¿qué tal que no solo lo logras, sino que haces historia? Creer así, sin límites.
Comprometerse con algo puede significar ansiedad, sufrimiento, insatisfacción, ira, rabia y en el peor de los casos: el fracaso. Nos asusta el cambio, nos resistimos ante él porque nos da miedo dejar nuestra zona de confort. Pensamos que es más fácil evadir que enfrentar, tal como lo hace Will.

Pero imagina una balanza que se te presenta al final de tu vida ¿qué pesará más, la valentía temporal de arriesgarte e ir por tus sueños con todo y dudas, o el arrepentimiento de no ir y el asentamiento del eterno hubiera? El éxito no está garantizado, pero la pesadumbre de no intentarlo sí. Si piensas que eres indigno de recibir, haz todo lo posible por serlo. Quiérete, y permítete descubrir de lo que eres capaz. No te digo que no costará, pero si te prometo que te encantará.