La perspectiva de la soledad

La perspectiva de la soledad

Por: Mauricio Hernández Sarvide

Sentimos porque existimos. Nos expresamos porque lo necesitamos y en ese ejercicio de creación, a veces, sin querer, revelamos nuevas perspectivas en otros. Perspectivas habitando muchas veces en lo profundo de nosotros, pero que no sabemos describirlas, al menos no hasta que alguien las exterioriza también.

Antes de saber escribir, el hombre aprendió a pintar. No existía un lenguaje ni  un código compartido que se pudiera descifrar y que pudiera comunicar, pero existían paisajes, animales, plantas y toda clase de objetos silvestres que todos podían identificar. El hombre descubrió entonces que podía retratar su realidad y consecuentemente, expresarse y comunicarse, no solo con sus semejantes en su presente; sino con los del futuro, ofreciéndoles una perspectiva del pasado.

Esta forma de arte evolucionó y se perfeccionó a través de los años hasta nuestros días, pero en esta ocasión, nos detendremos a principios del siglo XIX, específicamente en 1818, en Dresden, Alemania con un personaje prisionero de sí mismo pero que se liberaba al usar el pincel: Caspar David Friedrich.

Tenía una personalidad intensa donde no existía punto medio. Según sus conocidos, por momentos era un humorista de habilidad envidiable y en ocasiones, era poseído por una seria melancolía que rozaba la depresión, probablemente justificada por su trágica vida, donde la pérdida estuvo presente de manera incesante, luego de ver morir a su madre desde pequeño y a tres de sus nueve hermanos.

Se volvió solitario, pero igualmente aventurero y sobre todo, amante de los paisajes que le regalaba la naturaleza, de los dibujos y de la pintura. Sus retratos panorámicos, los combinaba con personajes, casi siempre de espalda, pero siempre priorizando el entorno y su belleza. Esa fue su fórmula dentro de su trabajo artístico.

“Caminante sobre un mar de nubes”, además de ser de sus pinturas más reconocidas, es un ejemplo de la sinergia de todas las sensaciones anteriores, dando como resultado no solo una pintura estética, sino profunda y reflexiva.

En el cuadro, se observa un personaje de espaldas con vestimenta fina parado sobre la orilla rocosa, contemplando la inmensidad del paisaje frente a él, lleno de montañas. Por su posición, se nota que está en el punto más alto y solitario de aquel lugar. Dicha inmensidad aumenta por la ausencia de una división clara entre cielo y bruma.

Te invito a que observes la pintura, al final del texto y regreses aquí ¿Listo? Ahora imagina que eres la persona que está ahí, estás rodeado de todo y nada, varado, contemplando la majestuosidad e infinidad del paisaje frente a ti ¿Qué sientes? ¿Libertad? ¿calma? O ¿te hace sentir incómodo? ¿o solo?

Estar rodeado de todo y nada puede hacernos sentir tormenta o calma. Algunos dicen que la soledad se siente como una total desdicha, otros más afirman que es un privilegio. Personalmente, comulgo con ambas opiniones.

Siempre existen ocasiones en que se enciende el deseo de compartir. Fisiológicamente estamos hechos para estar con más personas, aunque a veces dicho deseo puede ser impuesto no solo por uno mismo, sino por la sociedad. Desde chicos nos inculcan en todos los medios posibles, la necesidad de ser y estar con alguien y si no es así, sensaciones como la tristeza, la desesperación e incluso la culpa, se presentan queriéndonos imponer la tarea de encontrar compañía, pero no necesariamente debería ser así.

Estar solo te da espacio para conocer tus profundidades, tu abismo, tus deseos más prominentes y tu esencia. Te libera de presión, te sientes independiente y no te ocupas casi de nada, salvo de ti mismo. En mi opinión no debería representar un problema autoconocerse y convivir contigo. Al contrario, también es gozoso elegir estar solo.

Sin embargo, el problema radica en lo difícil que es ver toda esa inmensidad nuestra. Aceptarse a uno mismo representa el mismo reto que aceptar a una nueva persona en nuestra vida. Cuando ahondamos en nuestro mar, encontramos que no todo es agradable, vemos nuestras virtudes y nuestras carencias; pero aún con lo doloroso que pueda ser observar y convivir con todo eso, es necesario saber habitarnos, al final somos nuestra propia compañía.

Claro, compartir tu vida con tus allegados es gratificante y beneficioso, al final de cuentas es una necesidad inherente y la belleza de comprender y sentirse comprendido es inigualable. Pero estar solo no es malo, no debería sentirse como lo contrario de compañía. Es mejor aceptar tu soledad, abrazarla y sobre todo disfrutarla. Convive con ella y esfuérzate por comprenderla, como si fuera un amigo cercano, en este caso, muy cercano. Gracias Caspar por transmitirnos sin palabras lo abrumador que puede ser la soledad desde tu perspectiva, pero al mismo tiempo, retratar la belleza que representa conocerse y contemplar todo el abismo, toda la bruma y todo el mar que habita en uno mismo.

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