Por: Zaira Valeria Hernández Martínez
Hay etapas en la vida que invitan a detenerse un momento, mirar atrás y preguntarse: ¿qué huella quiero dejar? No se trata solo de contar logros o sumar experiencias, sino de comprender el sentido profundo que tiene cada paso, cada decisión y cada lucha emprendida. Hoy, al mirar mi propio recorrido como mujer, siento que más allá de los reconocimientos o de los espacios alcanzados, lo verdaderamente valioso ha sido la posibilidad de transformar mi entorno y acompañar a otras mujeres a encontrar su voz.
Ser mujer en el ámbito público sigue siendo un desafío. He aprendido que el trabajo político y jurídico no solo requiere preparación y convicción, sino también una enorme resistencia emocional. Hay que aprender a sostenerse frente a la crítica injusta, a mantener la calma ante la indiferencia y, sobre todo, a no permitir que la costumbre o el cansancio apaguen la pasión por servir. Pero también he descubierto que, cuando una mujer ocupa un espacio desde la empatía y la coherencia, abre una puerta por la que muchas más pueden entrar.

Mi formación como abogada me enseñó que la justicia va mucho más allá de los tribunales. No está solo en las leyes, sino en las causas que abrazamos y en las personas por las que luchamos. Ser abogada me ha permitido entender el derecho no como un instrumento de poder, sino como una herramienta de transformación social. He visto cómo una asesoría oportuna puede devolverle la esperanza a una mujer, cómo una gestión bien llevada puede cambiar la vida de una familia, y cómo el conocimiento compartido se convierte en libertad.
Desde la política he reafirmado algo que siempre creí: servir no es figurar, servir es escuchar, acompañar y construir desde el diálogo. No basta con ocupar un cargo; hay que honrarlo cada día con acciones que reflejen compromiso. La política no puede ser ajena a la sensibilidad humana, porque cuando se olvida el rostro de las personas a las que decimos representar, el servicio público pierde su esencia. Por eso creo que el impacto verdadero no se mide en discursos, sino en resultados, en oportunidades creadas, en jóvenes motivados y en mujeres que vuelven a creer en su fuerza.
Mi labor como activista ha sido un refugio y una inspiración. En cada encuentro con mujeres diversas: madres, profesionistas, estudiantes, emprendedoras, he confirmado que el cambio comienza con la unión. Escuchar sus historias, sus miedos y sus sueños me ha hecho comprender que no estamos solas, que ninguna lucha individual es pequeña, y que cada paso que damos hacia adelante empuja también la historia de otras. La sororidad, más que una palabra, es una forma de vida que se construye con gestos cotidianos: tender la mano, compartir el aprendizaje, acompañar sin juzgar.

A lo largo de los años, he participado en proyectos que buscan impulsar la participación juvenil, promover la igualdad y fortalecer el acceso a la justicia en comunidades vulnerables. Cada acción, por pequeña que parezca, ha dejado en mí una lección: los grandes cambios no nacen de la perfección, sino de la constancia. No hay impacto posible sin compromiso, sin empatía y sin una visión clara de hacia dónde queremos llevar nuestro esfuerzo.
El impacto que quiero dejar no se reduce a mi trayectoria o a los reconocimientos obtenidos. Quiero que se vea en las mujeres que hoy se atreven a hablar, en las jóvenes que deciden estudiar una carrera que antes parecía inaccesible, en las niñas que crecen sabiendo que su voz importa. Si algo puedo aspirar a dejar en este mundo, es la certeza de que creer en una misma cambia todo.
A las mujeres que leen estas líneas, quiero decirles: no esperen a que alguien más les dé permiso para empezar. No necesitan la validación de nadie para soñar en grande ni para decidir su propio destino. Cada vez que una de ustedes se atreve a actuar con convicción, está inspirando a alguien más. Cada vez que se caen y se levantan, están demostrando que la fortaleza femenina no conoce límites. No teman equivocarse; teman no intentarlo.
Mi llamado es a construir impacto desde lo humano, desde lo cotidiano, desde la coherencia. Que el legado que dejemos no sea solo el de quienes ocuparon un cargo, sino el de quienes abrieron camino. Porque el verdadero cambio no se impone: se inspira, se contagia y se hereda.
El impacto que quiero dejar está hecho de rostros, de historias y de esperanza. Está en cada mujer que hoy se mira al espejo y se dice: “sí puedo, y voy por más”. Porque cuando una mujer avanza, avanzamos todas.