Por: Mauricio Hernández Sarvide
Vi esto y no lo puedo ignorar… pronunció Nicky, quien, junto con sus allegados, encontraron no solo la forma de ayudar a otros, encontraron un propósito, una dirección, una manera de redirigir sus vidas a algo significativo y enorme, sin pedir nada a cambio.
Corría el año de 1938. Nicholas Winton, un corredor de bolsa inglés, visitaba Praga, República Checa, a pedido de su amigo Martin Blake. En ese tiempo, Alemania acechaba sus fronteras y tenía en su poder la región de los Sudetes, lo que tenía al pueblo checo en alerta, con miedo a que el régimen nazi lanzara una invasión en cualquier momento.
Winton era un corredor de bolsa en Londres y gozaba de una vida cómoda, hasta que su viaje lo cambió todo. Visitó los campos de refugiados; comida escasa, poco abrigo, techos frágiles, desesperación, miedo e incertidumbre, fue lo que encontró a primera vista. Repentinamente, se detuvo y observó a una pequeña niña de sonrisa tierna y ropa gastada. Le ofreció un chocolate y de pronto, todos los niños corrieron hacia él a pedirle un pequeño trozo. Él entendió el mensaje.
En la oscuridad que acechaba al pueblo checo y a Europa, él logró ver una luz, un destello de esperanza que había que nutrir. Fue entonces que, junto a Doreen, Hana, Travis, Martin, su madre y un sinfín de personas más, crearon un comité con el objetivo de evacuar a como diera lugar a los niños refugiados y trasladarlos a Inglaterra, llamado Comité Británico para los Refugiados de Checoslovaquia.
La tarea no fue sencilla. Había que conseguir dinero, papeles para los infantes, transporte y padres sustitutos con hogares temporales, donde pudieran vivir; al menos hasta que pasara la guerra. Contra todo pronóstico y luego de incesantes esfuerzos de todas las partes, incluido en menor medida el gobierno británico, se lograron salvar a más de 669 niños en una hazaña tanto heroica como histórica, que posteriormente fue condecorada e inmortalizada en un libro y en un largometraje conmovedor llamado “Lazos de Vida” en 2023.

En la película retratan de manera cruda, no solo las deplorables condiciones en que estuvieron obligados a vivir, sino la desesperación y lo difícil que es dejar ir a la familia no por elección, sino por obligación. Justamente, esa es el alma de la película, la injusticia, el abuso y el sufrimiento obligado a seres inocentes. Un pesar no solo para los niños, sino para sus padres, quienes susurraban un “hasta pronto” en los oídos de sus hijos, luego de besar sus mejillas y abrazarlos hasta el cansancio antes de subirlos al tren, aun sabiendo que, dadas las condiciones, quizás era un adiós, quizás, jamás volverían a verse.
Desgraciadamente, la mayoría murió en los campos de concentración, luego de la ocupación alemana en Praga. Fue gente asesinada solo por ser o pensar diferente. Gente como tú y como yo, pero que fueron obligados al sacrificio de dejar a la deriva a sus niños, únicamente con la fuerza y la esperanza de la promesa de un mejor futuro del que les deparaba a todos aquellos que se quedaron en la estación.
Lo malo es que Lazos de Vida no fue una película, fue una historia real, y lo peor, es que aun hoy, luego de tantos años, se siguen repitiendo los mismos errores. Pareciera un bucle sin fin al que se condena la humanidad, matándose y obstaculizándose por las mismas razones que motivaban a los nazis, por ser diferentes. En todo caso, el ejemplo de Nicky y el comité sigue imperando: tender la mano y ayudar desinteresadamente. Porque en un mundo decadente, donde la esperanza lucha por sobrevivir, una mano tendida puede cambiarlo todo, tal como dice el lema de esta película: Salva una vida, salva al mundo.
