El reloj marca las cinco de la mañana y el día comienza con un sinfín de responsabilidades: preparar el desayuno, revisar pendientes de trabajo, organizar la casa y, entre todo, encontrar momentos para compartir con mi hijo. Ser mamá multitask no es solo un desafío, es un arte que requiere paciencia, organización y, sobre todo, amor.
A lo largo del día, me descubro respondiendo emails mientras superviso sus tareas escolares, atendiendo reuniones con una mano y preparando su merienda con la otra. La maternidad me ha enseñado a desarrollar una capacidad de enfoque impresionante y a valorar cada instante, pues en medio del caos hay pequeños momentos de ternura que lo iluminan todo: una sonrisa cómplice, una conversación inesperada o un abrazo espontáneo. Esos segundos se convierten en refugios de calma entre la vorágine de responsabilidades.

Ser mamá y trabajar no significa sacrificar uno por el otro, sino aprender a equilibrar. Algunas veces, esto significa adaptar los horarios, establecer rutinas y priorizar sin culpa. Descubrí que integrar a mi hijo en mis actividades fortalece nuestro vínculo: cuando me ve escribir, dibuja a mi lado; cuando cocino, se convierte en mi pequeño asistente. Son instantes que, aunque sencillos, construyen recuerdos invaluables. Sin embargo, hay días en los que la carga parece abrumadora y el cansancio amenaza con dominar la jornada. En esos momentos, respiro hondo y recuerdo que la perfección no es el objetivo, sino el aprendizaje y la conexión genuina con mi hijo.
Lejos de ser un obstáculo, la maternidad ha sido un motor de inspiración. Me ha obligado a reinventarme, a ser más creativa y eficiente. Cada desafío es una oportunidad para demostrar que el amor es el mejor combustible para la productividad. Sí, hay días agotadores, pero también hay recompensas invaluables que hacen que todo valga la pena. Mi hijo se ha convertido en mi mayor motivación, en la razón por la que cada esfuerzo cobra sentido. Al verlo crecer, entiendo que no solo lo estoy formando a él, sino que también me estoy transformando como persona.
En este camino, también aprendí a darme un respiro. Ser mamá multitask no significa estar en constante acción sin descanso. Cuidarme también es importante, porque una mamá que se siente bien es una mamá que puede dar lo mejor de sí. Unos minutos para un café, una lectura o simplemente respirar profundo marcan la diferencia en el día a día. Aprendí que no debo sentir culpa por tomarme un instante para mí misma, porque al hacerlo recargo energía y fortalezco mi bienestar emocional.

También comprendí que pedir ayuda no es una muestra de debilidad, sino de inteligencia. Las redes de apoyo, ya sean familiares, amigos o colegas, se convierten en pilares fundamentales para mantener el equilibrio entre la maternidad y la vida profesional. No tenemos que hacerlo todo solas. Compartir responsabilidades, delegar y aceptar que no siempre podemos con todo es parte del aprendizaje.
Al final del día, cuando mi hijo se duerme y repaso la jornada, me doy cuenta de que, aunque el tiempo pareciera no alcanzar, en realidad he logrado lo más importante: estar presente, amar y enseñarle con el ejemplo que no hay límites para lo que podemos lograr. La maternidad y el trabajo pueden coexistir, no como rivales, sino como aliados que nos permiten crecer y trascender. Ser mamá multitask no es una carga, sino una habilidad que se perfecciona con el tiempo, con paciencia y con la certeza de que, al final del día, cada esfuerzo ha valido la pena.