Por: Zaira Valeria Hernández Martínez
Este año me ofreció una de las lecciones más valiosas y difíciles de comprender: la vida siempre sabe, incluso cuando insistimos en no escuchar. Al mirar en retrospectiva cada capítulo escrito de enero a diciembre, descubro que todos —incluso aquellos en los que creí que nada tenía sentido— estaban hilvanados con un propósito mayor. La introspección de estos meses me enseñó que no se trata de forzar, de empujar ni de aferrarse; se trata de confiar.
Porque cuando uno fuerza algo —un proyecto, una relación, un sueño que ya no respira— la vida responde con un “no” que, aunque duela, siempre nos conduce hacia un “sí” más verdadero. Comprendí que la pérdida también es guía, que el cierre es una forma de amor y que agradecer ocupa un lugar sagrado en medio del caos. Agradecer por lo que fue, por lo que no pudo ser y por lo que todavía no llega.
Este año también me mostró que los ciclos se cierran de muchas maneras: con lágrimas, con silencios, con despedidas necesarias, con decisiones que rompen el alma pero que honran la dignidad. Aprendí que incluso lo que no salió bien, lo que se quedó a medias o lo que terminó en un punto inesperado forma parte de nuestra evolución. Nada es accidental. Todo deja enseñanza.
Remembranza de un año entero con ustedes en VOCES Hidalgo
Al recorrer mis columnas, también los recorro a ustedes, quienes mes a mes me acompañaron en estas letras que nacían desde mi vida real, desde mis tropiezos y mis certezas, desde mis carreras contra el reloj y mis pausas obligadas. Este año no solo lo viví: lo compartí con ustedes.
Les escribí sobre lo que significa ser multitask, y sé que más de una y más de uno se sintió identificado. Les conté cómo es sostener mil responsabilidades sin dejar caer ninguna, cómo la vida me exige moverme entre la política, la maternidad, la escuela y el trabajo legislativo. A veces todo al mismo tiempo, a veces sin tiempo ni siquiera para mí. Y aun así, cada columna fue un recordatorio de que no necesitamos ser perfectos para estar presentes.
También les compartí mis vivencias en el mundo político, un entorno que puede ser tan apasionante como desafiante. Con ustedes reflexioné sobre la importancia de mantener la ética, la intuición y la humanidad en un espacio donde las agendas no se detienen, donde las decisiones pesan y donde las emociones también se negocian. Fueron testigos del equilibrio que busco cada día.
En otros momentos les abrí el corazón como madre soltera, hablándoles de lo duro y lo hermoso que es construir un mundo para un hijo mientras intento construir uno para mí misma. Les conté de las dudas, los miedos y la fuerza que emerge cuando el amor maternal sostiene todo lo que la vida complica. Gracias por acompañarme también en esos capítulos.
Y no olvidaré las veces que les hablé de mi faceta como estudiante, porque seguir preparándome, aun con la vida encima, es una promesa que me hice y que ustedes vieron crecer entre desvelos, tareas y clases tomadas entre reuniones y traslados.
Mes con mes también les dejé pequeños tips: cómo poner límites, cómo reconocer cuando un entorno ya no nutre, cómo elegir la paz antes que la aprobación, cómo escucharse, cómo priorizarse. Hoy confirmo que cada uno de esos consejos era parte de este gran cierre: una guía para ustedes, pero también un recordatorio para mí.
Hubo momentos en los que cargué sentimientos pesados, emociones que parecían nublar la mirada. Sin embargo, comprendí que incluso esos estados son una invitación: a transmutar, a mirar más allá de la herida y encontrar el regalo oculto. Porque la vida siempre ofrece una señal, un giro, una persona que llega a iluminar un trayecto oscuro. Pero también nos invita a soltar sin miedo: soltar trabajos donde ya no resonamos, vínculos que drenan más de lo que aportan, entornos que se tornan tóxicos, sueños que alguna vez fueron refugio pero que hoy solo son una jaula.
Soltar es un acto de fe.
Agradecer, un acto de madurez.
Cerrar ciclos, un acto de amor propio.
La vida, con su infinita paciencia, me enseñó que dejar ir no es perder, sino permitir que lo nuevo tenga espacio para entrar. Que las heridas que arrastramos desde la infancia, desde la juventud o desde ese momento que nos marcó para siempre, no determinan nuestro destino; son simplemente puntos de partida. Sanar no ocurre de un día para otro, pero ocurre. Y en el proceso, uno va aprendiendo a ser más compasivo consigo mismo, menos rígido, más humano.
Hoy cierro este ciclo con gratitud. Con la certeza de que nada de lo vivido fue en vano. Que Dios y la vida han sido maestros constantes, incluso cuando no entendía sus métodos. Y que este camino, lleno de pérdidas, aprendizajes, pausas y renacimientos, me condujo exactamente al lugar donde debo estar.
Porque al final, lo esencial no es lo que perdimos, sino quiénes nos convertimos mientras aprendíamos a soltar.
Gracias por leerme, por acompañarme, por permitirme ser honesta, vulnerable y real en cada palabra.
Hoy cierro este ciclo agradeciendo profundamente a quienes me dieron la oportunidad de alzar mi voz en este espacio.
Gracias a la revista VOCES Hidalgo por abrirme sus páginas, por confiar en mi palabra y
por permitirme compartir este año de crecimiento, reflexión y vida con cada uno y cada una
de ustedes.

