Por: Priscila Martínez Ramírez
En todo proyecto de vida y profesional se busca lograr estabilidad económica sin importar a lo que nos dediquemos, y en todo proyecto familiar también se desea que la siguiente generación avance.
Sin embargo, en países como el nuestro, la movilidad social es más difícil: “50 de cada 100 personas que nacen en el grupo con menos recursos económicos no logran superarlo durante su edad adulta, y sólo 9 de cada 100 personas cuyos padres estudiaron hasta primaria o menos acceden a educación profesional” (Informe 2025 de Movilidad Social, Centro de Estudios Espinosa Yglesias).
¿Qué es la movilidad social y por qué es importante? La movilidad social relativa se refiere al cambio en la posición socioeconómica de las personas respecto a la que alcanzaron sus padres dentro del grupo poblacional de su generación; por ello, un indicador clave es la educación.
Es importante ponerlo sobre la mesa, ya que es el resultado a largo plazo de las políticas económicas y educativas de un país. Es decir, de nada sirven los programas sociales si se utilizan solo como paliativos y no como estrategias para que las personas adquieran habilidades y conocimientos que les permitan superar su condición de pobreza. Dicho apoyo se convierte en una muleta, no en un motor de desarrollo.
La educación es un elemento diferenciador al hablar de clases sociales por ingresos. De acuerdo con estadísticas del INEGI (2010), la clase baja tiene un promedio de 8.2 años de estudio por adulto; la media, 11.2; y la alta, 15.2.

Actualmente sabemos que las empresas exigen cierto grado de estudios, además de certificaciones, idiomas y habilidades especializadas que, desafortunadamente, no se imparten en el sistema educativo, haciendo más evidentes las diferencias en el acceso a oportunidades de empleo bien pagado.
La educación superior es la inversión pilar para la movilidad social, pero la deserción afecta principalmente a los más vulnerables. Por ello, es necesario: Exigir desde la sociedad civil una educación competitiva en ciencias, aprendizaje del idioma inglés y finanzas, entre otros; y desde la familia, generar un ahorro destinado a asegurar la permanencia de niños y jóvenes.
Sabemos que existen situaciones extremas, pero también las soluciones deben ser radicales. Los casos de éxito de familias que superaron la pobreza combinan el estudio y el trabajo de todos los integrantes en edad de contribuir, alejándose de los lastres de las adicciones.
Por ello, resulta inexplicable que el binomio estudio–trabajo no se incentiva mediante modelos de políticas públicas alineados a este eje fundamental. ¿Usted qué opina?
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